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Tiempos

Publicado: 2012-08-02

Por Manuel Cornejo Chaparro*

En tiempos de nuestros antiguos la gente no tenía olor y cada quien andaba por donde quería. Por la tarde los asháninka venían del bosque y se acercaban a las fogatas para alejarse de los zancudos que en esa época también eran hombres, a quienes tanto les gustaba la carne que terminaron comiéndose a sí mismos.

No, no te rías. No estoy borracho de masato.

Así pasó.

Ahí las mujeres se prestaban sus vestidos de los árboles y los niños conocían el lenguaje de las aves que era muy parecido al que sabíamos.

Después vino Avíreri y todo fue al revés, transformó a muchas mujeres y hombres en animales y plantas y piedras y otras cosas. Todo lo que él quería lo cambiaba y ya.

Algunos se quedaron convertidos en árboles y se enojaron con él.

Avíreri no solo cambió el mundo, también hizo las fiestas que hasta ahora celebramos.

Pero este Avíreri tenía su carácter. Un día su cuñado cavó y cavó un hueco y Avíreri se cayó en él. Ahí se ha quedado abajo abajo. Junto con Pachakama sostiene la tierra. Pachakama ya no quiere que regrese a hacer destrozo. Así fue.

En ese tiempo las aves se olvidaron de hablar y nosotros aprendimos a silbar fuiii fuiii fuiii.

Ahí los blancos agarraron a nuestro abuelo. Él era un gran curandero, todo sabía, pero los blancos lo agarraron y hasta ahora está prisionero río abajo. El abuelo quiere escapar y regresar a nuestro bosque. Nosotros ahí estaremos contentos.

Ya sé que tienes que marcharte, pero es bueno que sepas todo esto.

Pasó mucho tiempo y otros más y tantos éramos que no nos conocíamos todos.

Después vinieron otros tiempos.

Tiempos en que el bosque se volvió rojo.

De lejos vinieron otras personas que olían distinto. Blancos y con pistolas y no eran de ningún clan.

Al principio no sabíamos qué querían.

Tumbaban muchos árboles para hacer sus campamentos y nos regalaban el reflejo de nuestras caras, que luego supimos que eran espejos y unas cajas con palitos que tenían alma de fuego. Pero después nos obligaban a buscar esos árboles que nosotros ni caso hacíamos y nos caíamos de risa de verlos tan apurados como si el bosque se fuese a terminar.

Ellos le llamaban jebe, caucho, balata, shiringa y valía bastante, decían.

Hasta se peleaban muchas veces cuando encontraban esos árboles y los tumbaban y sangraban hasta quitarles la última gota.

Para nosotros fue casi el final, bumm bumm bumm. Casi todos murieron de tanto látigo y bala.

Los abuelos trabajaban y solo descansaban cuando caían muertos.

Pero ni siquiera los enterraban.

Pero ese tiempo terminó también.

Ya sé ya sé que te tienes que ir, pero mejor que sepas todo para que no te lo olvides.

Después vivimos tranquilos.

En otro tiempo vino ese Lobatón y sus guerrilleros.

Los abuelos pensaban que Lobatón era el Pavá, el hijo del sol, el que iba a cambiar las cosas pero se equivocaron y de nuevo bumm, bumm, bumm, otra guerra.

En seguida vino la gente que nosotros pensábamos que también eran del bosque, porque verdecita eran sus ropas, pero no. Se llamaban soldados y venían en camiones y otros se tiraban desde las nubes. Así pasó, no te rías. No te lo invento.

Y después hubo un tiempo en que los árboles volvían a cantar nuestras canciones y nosotros entendíamos a los Kamari, que eran los demonios como jaguares, lechuzas y esos remolinos de viento al atardecer. Nosotros fuertes y nos reíamos nada más.

Pero ese tiempo también pasó.

Después vino la historia que tú conoces, porque eras chiquito y tomaste la leche triste de tu mamá que después se murió. Fue cuando vinieron los kichonkari, los tucos, esos de Sendero que volvieron el bosque de rojo.

Todos esclavos y perdidos en el monte.

Parecía que estábamos en kamaveni, la Tierra de la Muerte. Ahí no teníamos libertad ni para ponernos tristes.

Pero los asháninka somos valientes.

Y guerreamos, defendimos nuestra tierra. Los asháninka morían como hormigas pero al final ganamos. Nos poníamos el piri piri para ser invisibles y peleábamos bajo la lluvia para que no sepan de nuestros pasos. Y así fue.

De nuevo libres como al inicio.

En el colegio nuestros niños pintaban historias de la época cuando los caracoles todavía no olvidaban cómo se hablaba y jugábamos hasta que salían las sombras de las orillas del río.

Ojalá recuerdes lo que te he contado, ahora que te vas a esa ciudad tan lejos que tantas veces hemos visto en el televisor y no sé si volveremos a vernos. Y te cuidas mucho y no dejes que te doble la pena y no te olvides que eres asháninka y que sepas por dónde ir y regresa pronto porque aquí es de donde eres y allá nunca nunca llueve y ya anda anda que se acaba este tiempo.

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* Manuel Cornejo Chaparro (Lima - Perú) Investigador del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Ha escrito artículos sobre temas amazónicos en El Comercio, El Peruano, Quehacer, Ideéle y Nuevamérica. Finalista del Concurso de las Mil Palabras de Caretas 2006. Entre sus publicaciones figuran: Memorias del seminario Acceso a los servicios bibliotecarios y de información en los pueblos indígenas de América Latina. César Castro y Manuel Cornejo (eds.) IFLA-CAAAP 2003; Manuel Cornejo y Martha Beingolea Culturas Amazónicas. Ciencias Sociales, Serie 6 para estudiantes de Secundaria. Lima: Ministerio de Educación, 2007; e Imaginario e imágenes de la época del caucho: Los sucesos del Putumayo. Alberto Chirif y Manuel Cornejo (eds.) CAAAP-IWGIA-UCP 2009. Ha dictado conferencias en la UNMSM y UPSMP..

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Fuente: El Hablador


Escrito por

Dina Ananco

Awajun y wampis de Amazonas. Traductora e intérprete de la lengua wampis y bachiller en Literatura por la UNMSM.


Publicado en

Escribiendo la Amazonía

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