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Los cuentos de viaje de Joaquín González

Publicado: 2012-02-19

Joaquín González Ilisastigui

Una vez más regresa Joaquín González del Amazonas cargado de poderosas imágenes, dándoles esta vez un giro inesperado. En sus muestras anteriores, el pintor se fijó en personajes y rituales que practican los chamanes de las regiones que ha ido visitando durante largos períodos de tiempo. En la exposición de sus obras recientes que actualmente está presentando, Joaquín González ahonda en una visión que nos muestra los elementos cotidianos de la tribu Shipibo-Konibo-Pucalpa que se encuentra colindante entre el Perú y el Brasil.

Allí en medio de la selva, observando bajo una doble mirada: la del artista y la del etnólogo, comenzó a elaborar sus pinturas, algunas de gran formato, realizadas todas en acrílico y pigmentos naturales.

Es necesario señalar, de paso, que Joaquín González es un perenne dibujante, es decir, que el dibujo es para él lo que un microscopio puede ser para un científico: un instrumento para revelar los detalles más escondidos de la realidad. En su caso, se trata de la realidad que nos oculta la remota existencia de los pobladores del Amazonas. Un pacto secreto se produce en su obra entre el explorador que anticipa el disfrute de sorprender las costumbres de pueblos aún no sometidos a nuestra civilización, y la del pintor que traduce sus encuentros en obras de arte. No es la primera vez que así ocurre, pues como ya se ha apuntado en numerosos libros escritos al respecto, fueron los surrealistas los que comenzaron a crear esa relación que logró rendir frutos desde las primeras décadas del siglo XX.

Una visita a la exposición nos pondrá frente a frente a un modo de vida a que los que acostumbramos a vivir en medio del barullo creado por el progreso, nos resulta difícil de comprender. En cuadros como Danza de Samaniego, Atardecer en la jungla, La pesca, Maloca u hogar sin paredes, Calor y A la espera aparecen todos esos variados elementos que los indios utilizan bien sea para la cacería o el cobijamiento. El artista va relatando en sus cuadros esa especie de desorden que los indígenas van dejando con sus atuendos.

En algunos casos son redes de pescar y lanzas de cacería, mientras que los “nidonido” o “Imawashi” de aves llamadas Paucar o “Tsoori”, cuelgan de los árboles como una gran bolsa. En el cuadro titulado La Danza de Samaniego se hace referencia a un roedor que lleva ese nombre. Todos esos enseres y criaturas reproducidas fuera de su contexto, se convertirían simplemente en una realidad objetiva. Pero no ocurre así con la pintura de Joaquín González.

En sus lienzos aparecen las impresiones que le causara percibirlos tirados despreocupadamente dentro de unos espacios que a primera vista nos lucen ejercicios de un abstraccionismo gestual, creando una composición calidoscópica de fuertes sugerencias plásticas. La visión de ese caos también le provoca una reacción imaginaria, al ir navegando por los ríos aledaños, llenos de árboles caídos, animales flotando en los mismos, a la vez que aparecen aves de ricos plumajes etc. En ese instante se produce para él el montaje de otra realidad, de una realidad que ya no obedece a una primera percepción, sino que pasa por otros filtros visuales hasta quedar plasmada en el lienzo o el papel.

La tendencia actual de convertirlo todo en una mera nada sin sentido, choca contra el deseo de ir explorando en los límites de lo conocido, otros espacios habitables. ¿De qué se trata entonces? Creo que una vez más, la poesía es la que tiene la respuesta o la última palabra. Joaquín González pinta, no escribe, pero al proseguir con su metier, abre otras posibilidades expresivas, posibilidades que alimentan la noción de la poesía. Para ello ha comprometido su vida en el sentido que cada incursión en zonas inexploradas por el hombre civilizado, significa un paso que como el famoso mulo del poema de Lezama, bordea el abismo.

Sabemos porque de vez cuando nos llegan noticias, que no siempre el extranjero es acogido con aires de fiesta en esas selvas llenas de peligros. Si animales temibles acechan, también hay aborígenes hostiles a cualquier intromisión que ellos interpreten como perturbadora de sus costumbres ancestrales.

No podemos predecir qué nuevos horizontes aguardan en las constantes exploraciones de este pintor, llevadas a cabo por lo general en compañía de José Bedia. Lo que sí podemos asegurar es que dondequiera que su incesante afán exploratorio lo conduzca, otras formas habrán de surgir mediante su pintura, alimentando el caudaloso rio de la poesía.

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Carlos M. Luis es historiador de arte, escritor, curador y conferencista en galerías y museos.

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Fuente: Artes y Letras


Escrito por

Dina Ananco

Awajun y wampis de Amazonas. Traductora e intérprete de la lengua wampis y bachiller en Literatura por la UNMSM.


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